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7/09/2006

CAPITULO 49: El Cafecito.

Comenzaba a llover, Montaño llevaba un buen rato caminando y decidió detenerse en algún lugar para tomarse algo caliente mientras seguía suspirando sus recuerdos familiares.

Al llegar al Loutrec, uno de los pocos sitios bohemios de Quito, quiso tomarse un cafecito y prender su pipa mientras pasaba la lluvia que comenzaba a arreciar. Cuando se sentó no pudo evitar que el olor de la tarde tranquila le recordara su casa y le reprimiera el alma.

Se distrajo unos minutos pensando, antes que fuera atendido por una joven que claramente demostraba por sus rasgos que no era del Ecuador,
quedó asombrado con su belleza y cordialidad y se hizo un nudo en la garganta cuando intentó pedir algo caliente, ella sonrió delicadamente por la reacción inesperada de Montaño.

Estaba vestida con jeans azules y tenia una camiseta blanca con el nombre del lugar, sobre su cabello corto, llevaba una cintilla de colores que resaltaba con furia sus ojos claros y su palidez enmarcaba graciosamente sus labios carnosos, frescos y apabullantes. Tomo el pedido y luego se dirigió ondeante hacia la cocina sintiéndose observada intensamente por el Colombiano.

Regresó luego de un rato con la bebida y notó una humareda de pipa que olía intensamente a chocolate alrededor del hombre que la incomodaba mirándola intensamente, Montaño no dijo nada pero le basto con ver sus manos armoniosas, delicadas y flamantemente blancas para preguntarse si ella tocaba el piano, estaba encantando con su languidez, su voz entrecortada en un español que a duras penas fluía y una sonrisa esplendorosa y radiante en medio del sonido de la lluvia, ella intentaba ignorarlo, pero la tensión del momento la hizo cometer un accidente, un hermoso accidente que guardaría Montaño para siempre en el álbum de sus recuerdo instantáneos. Cuando quiso dar la vuelta para irse, tropezó con el pie del colombiano quedando tan en mala posición que tuvo que poner las manos en su pecho, y quedaron tan cerca el uno del otro que pudieron saborear sus aromas. Para ella, el olía a distancias y para el, ella olía a inspiración.
Se disculpo nerviosamente y se marcho con su palidez ahora encendida en un rojo subido. El se quedo pensando que sus manos eran las manos de un ángel que debía tocar el piano. Eso pensó para si mismo mientras sorbía con gusto de la taza y acuñaba un poco mas de la picadura en su pipa.
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